domingo, 10 de febrero de 2008

Eufrosina Cruz / Oaxaca



La rebelión se llama Eufrosina Cruz
Una mexicana de Oaxaca encabeza la lucha contra los 'usos y costumbres' indígenas que anulan a la mujer
FRANCESC RELEA - Oaxaca - 10/02/2008


Eufrosina Cruz Mendoza, de 27 años, se ha convertido en el referente de la lucha de las mujeres indígenas del Estado mexicano de Oaxaca que reclaman el derecho a participar en la vida política. Desde el 4 de noviembre, esta joven de la etnia zapoteca libra una batalla desigual que ha puesto sobre la mesa los abusos de la tradición ancestral de usos y costumbres en las comunidades indígenas.

Las mujeres tienen prohibida la entrada en la asamblea del pueblo
De los 570 municipios de Oaxaca, 418 se rigen por esas prácticas milenarias, y en un centenar la palabra mujer no existe en las leyes comunitarias, lo que le impide votar y participar como candidata en las elecciones municipales. Contra viento y marea, Eufrosina quiso ser alcalde de Santa María Quiegolani, un municipio donde el poder político está exclusivamente en manos de los hombres. Lo intentó, inscribió su candidatura al margen de la asamblea del pueblo, y sus papeletas acabaron en la basura. La mujer no tira la toalla y ha puesto en pie el Movimiento Quiegolani por la Equidad de Género, que crece como una mancha de aceite en tierras indígenas de Oaxaca y amenaza con extenderse a otros Estados.

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Eufrosina Cruz ganaba alcaldía de Quiegolani, Oaxaca, pero por ser mujer le quitan el triunfo
Daniel Blancas Madrigal | Nacional Miercoles 26 de Diciembre de 2007

Costumbres
En el catálogo de usos indígenas la palabra mujer se omite en 100 de los 418 municipios oaxaqueños. -Aquí las mujeres no existen —dijo con sarcasmo Saúl Cruz Vázquez, edil del municipio oaxaqueño de Santa María Quiegolani cuando ordenó destruir las boletas electorales en apoyo a Eufrosina Cruz Mendoza, una mujer que, pese a las burlas y amenazas, había decidido inscribirse en la contienda por la renovación del cargo. —No valen nada— remarcó Eloy Mendoza Martínez, quien a la postre y sin rivales, se convirtió en el presidente municipal electo.

Si en principio se toleró la participación de Eufrosina en el proceso fue porque las autoridades en turno y el aspirante Eloy —arropado por la familia en el poder— estaban convencidos de que nadie en el pueblo se atrevería a atentar contra las tradiciones y a confiar en una mujer. Pero en plena asamblea electoral sorprendió su arraigo y credibilidad, principalmente entre el sector femenino, cansado ya de la invisibilidad. Seguro de la derrota de su candidato, Cruz Vázquez decidió anular los votos a favor de Eufrosina, “porque las mujeres fueron creadas para atender a los hombres, para cocinar y cuidar a los hijos, pero no para gobernar”. Ella reclamó su derecho a la igualdad y, aunque tenues, a su voz de protesta se unieron las de otras mujeres y algunos hombres, a quienes después se tacharía de locos, borrachos y homosexuales.

“Ustedes no saben de política, además tampoco podemos aceptar una profesionista, va contra nuestra historia y cultura”, recriminó el gobernante. Y si el enojo se silenció fue sólo por la intimidación: primero se asustó a los alborotados con la idea de que ya no llegarían más apoyos sociales por parte del estado y la federación, luego se optó por las amenazas de muerte, que arreciaron tras el anuncio de Eufrosina de recurrir al Congreso de Oaxaca y a entidades federales defensoras de derechos humanos y asuntos electorales. “Vamos a callarte con balas”, le advirtieron.
Pese a todo, Eloy Mendoza fue designado como reemplazo en el gobierno… “Nada podemos hacer, porque no es posible comprobar sus dichos”, le dijeron los diputados oaxaqueños y ella terminó en llanto… “No lloraba por el cargo o por ansías de poder, sino por la indiferencia hacia las mujeres, por la frustración de no poder decidir nuestras vidas. Tampoco valemos para los legisladores, a menos que estén buscando un hueso, ahí sí nos piden votos, pero cuando solicitamos que nos escuchen y ayuden, nos cierran las puertas”, dijo. Hubo en el Congreso voces que la tacharon de terca y caprichosa… Y a cambio de abandonar su lucha y no llevarla a terrenos federales, le ofrecieron el puesto de regidora que, por supuesto, rechazó.

La huída
Eufrosita había huido de su casa a los once años. Lo hizo para evitar que su padre la cediera a un hombre que no quería, tal y como le había ocurrido a su hermana mayor, quien a los doce ya era propiedad de un varón de la comunidad y quien en pocos años se convertiría en madre de ocho escuálidos hijos. “Yo quería un destino mejor, quería aprender español, estudiar y conocer la capital de mi estado y luego regresar a mi pueblo para ayudar a la gente y en especial a las mujeres, siempre discriminadas, marginadas”, comparte. Su madre le alistó un par de mudas en una caja de cartón. Debió caminar más de 10 horas para llegar a un poblado donde, le habían dicho, salía un camión hacia Salina Cruz… Ahí tenía familiares. “Apenas había controlado la emoción de conocer un autobús cuando tenía delante de mí a una ciudad como la que nunca había soñado, pensé que era como un monstruo que me iba a comer”. Vendiendo elotes, pepinos y tortas logró sufragar los gastos escolares, hasta el nivel profesional. “A mí me gustaba la medicina, pero no me alcanzaba con la venta de los pepinos, así que elegí contaduría, una carrera menos cara”.

Después de titularse como contadora, servir como instructora comunitaria de la Comisión Nacional de Fomento Educativo (puesto que le permitió conocer rancherías y villas donde la gente se moría de hambre, donde no había luz ni electricidad y donde la crueldad hacia las mujeres era peor que en su pueblo) y fundar tres escuelas de nivel bachillerato en municipios rezagados del estado, volvió a Santa María Quiegolani…

Era la misma que había dejado hacía más de una década: caciques, gobernadores que no rendían cuentas, que desaparecían el poco dinero donado por la federación y asignaban a sus familias los presupuestos de obras y educación… Mujeres descalzas, con dos únicas encomiendas: tejer petates y cuidar hijos; mujeres a las que se les seguía prohibiendo hablar, usar guaraches, entrar a la sacristía de la iglesia y sentarse junto a los hombres. “Soy la única en mi pueblo que me puedo echar una copita y mirar de frente a los hombres, sin miedo ni sumisión”. Y se topó con la misma ley, con el catálogo de usos y costumbres que omite la palabra mujer, como ocurre en 100 de los 418 municipios oaxaqueños regidos por el mismo sistema.

“Ni mil balas me van a callar, soy la esperanza de las mujeres de mi comunidad, ya no queremos seguir valiendo menos que las sillas y las piedras”

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